El homo sapiens no quiere aprender es el título de un artículo que he leído en Educándonos.cl
A mí me ha recordado a otro que escribió Miguel Ángel Santos Guerra en el Diario SUR de Málaga
“¿Por qué no aprenden los alumnos y las alumnas? Parece ser que sólo a ellos es atribuible el fracaso. Son torpes, son vagos, están desmotivados, no se esfuerzan, tienen poca base, reciben influencias nefastas, sus familias no les ayudan, la televisión les distrae de sus deberes académicos… ¿Y la institución? ¿Y el profesor? El profesor (también, y quizá sobre todo, el de Universidad) se parece a un comerciante que, ante el fracaso de ventas, explica la situación de esta curiosa manera: Yo vendo, lo que pasa es que no compran.
Alguna reflexión podría hacer sobre la importancia y calidad de los materiales que tiene a la venta, sobre el precio que ha colocado a los artículos, sobre el lugar donde tiene la mercancía, acaso sobre el prestigio que ha acumulado la tienda, quizás sobre las relaciones que establece con los clientes o sobre la competencia que ofrece los mismos productos a precios significativamente más baratos…He pensado muchas veces en la curiosa repetición que las azafatas de vuelos aéreos, de manera tan mecánica como inútil, hacen de las instrucciones de salvamento. La situación es pintoresca. Me recuerda algunas clases impartidas por profesores despreocupados. La azafata (o el azafato) se coloca delante de los pasajeros sin que éstos le hayan preguntado nada. Muchos de ellos ni miran. Otros contemplan con embeleso las atractivas facciones del improvisado profesor (o profesora). Algunos leen distraídamente el periódico, otros charlan con los compañeros de viaje, hay quien mira por la ventanilla e, incluso, quien coloca su equipaje de mano debajo del asiento. Ella (él) explica con gestos idénticos para todos, como si todos estuviéramos igualmente interesados, sin importar que entre los pasajeros esté un piloto o un analfabeto. Da igual que haya personas sordomudas o ciegos de nacimiento. El mensaje es el mismo para todos. Da igual que haya niños o personas adultas. El mensaje (y la forma de transmitirlo) es el mismo. Para colmo, al terminar, muestra un folleto y sugiere que en el respaldo del asiento el pasajero tiene otro igual en el que puede consultar aquello que no haya entendido. Nunca he visto a nadie echar mano al manual de instrucciones. ¿Qué sucedería si, al final, exigiesen a los pasajeros que demostrasen el resultado del aprendizaje como requisito para continuar en el avión?
Si le preguntamos a la azafata, qué piensa de lo que han aprendido los pasajeros, probablemente dirá que no lo sabe. Es más, que ni siquiera le importa. A ella le pagan por repetir su lección. Lo que los pasajeros entiendan no es cosa suya. ¿Cuántas veces nos han explicado cómo ha de colocarse el salvavidas en caso de accidente aéreo? ¿Cuántos lo sabríamos colocar adecuadamente llegado el caso de intentarlo? ¿Por qué este fracaso reiterado?
Otra cosa muy distinta sería que cada uno manejase su chaleco e hiciese prácticas con él, colocándolo y quitándolo aunque sólo fuera un par de veces. Otra cosa es que la azafata se acercase al que tuviera alguna duda o alguna dificultad. Otra cosa sería si los que saben ayudan a los que no saben. Lo que pasa es que lo más importante es que la azafata explique, no que los pasajeros entiendan. Como decía, a ella la pagan por dar la explicación, independientemente de su utilidad y de la repercusión real en el aprendizaje.
Algunos docentes pueden entender estas reflexiones como un ataque a la profesión. No lo son. Tratan sencillamente de avivar la reflexión sobre un proceso tan decisivo como complejo. Sé que la mayoría de los docentes aman su profesión, se dedican con responsabilidad a ella y reflexionan con rigor sobre su práctica. Por eso las someten a la crítica y al análisis. Por eso solicitan y admiten las críticas ajenas que les ayudan a entender lo que sucede. El peligro está en las actitudes de quienes creen que son perfectos y que todo el fracaso se debe a los alumnos y a las alumnas. Es el caso del médico (permítame el lector una tercera metáfora) que, ante el reiterado desastre de sus operaciones, explica el fracaso diciendo que los pacientes son cada día más endebles, que no saben aplicar el tratamiento, que el quirófano está mal montado o que el ministro del ramo es un perfecto inútil. ¿Podrá mejorar alguna vez lo que hace?”
Luis,
Pusiste el dedo en la llaga. Ya está bueno de culpar a los estudiantes porque no quieren aprender. Hay que empezar a mirarnos. Excelente.
Felicito a Miguel Ángel Santos por este fenomenal artículo y por la excelente imágen comparativa entre la escena instructiva del azafato explicando, y lo que ocurre en muchas situaciones docentes de nuestras escuelas, institutos y universidades. Yo además la haría extensiva a las situaciones de asesoramiento de los orientadores/as.
¿De quién habla este hombre? Tal vez de profesores universitarios, porque la realidad de los profesores de instituto es bien distinta.Al menos la que yo conozco. Reconozco que estoy cansadísimo de «iluminados» como el señor Santos Guerra. Hablar es muy fácil. Que baje del cielo académico, que se deje de entelequias y de imágenes más o menos acertadas y que entre en un aula de secundaria o de primaria. Quizá allí encuentre respuesta a la eterna pregunta de cómo mejorar la enseñanza. Y así su labor serviría para algo útil. Para bellas imágenes ya tengo la divina poesía.