Científicos, médicos y maestros son los grupos profesionales que mayor confianza suscitan entre los españoles. Por contra, políticos y autoridades religiosas son las que registran los niveles más bajos de confianza.

Al menos esto es lo que revela el «Estudio Internacional sobre Capital Social» elaborado por la Fundación BBVA, una investigación basada en una amplia encuesta a casi 20.000 personas de 13 países con diferentes niveles de desarrollo y tradiciones culturales: Japón, Rusia, Israel, Turquía, México, Chile, Estados Unidos, Reino Unido, Dinamarca, Italia, Francia, Alemania y España.

Este estudio, que ha pasado prácticamente desapercibido, mide los niveles de confianza interpersonal e institucional y la extensión de las redes sociales del individuo. En cuanto a la confianza en grupos profesionales, los médicos, científicos y maestros, segmentos vinculados claramente con la generación del conocimiento y la formación, son los que suscitan mayores niveles de confianza en casi todos los países. Quiero suponer que el término maestros engloba en este caso a todas y todos los enseñantes dentro de la educación obligatoria.

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¡Maestros!
Miguel Ángel Santos Guerra
Publicado en Diario Sur de Málaga

El gran magistrado Pericles, cuya personalidad marcó todo el siglo V antes de Cristo, hasta el punto de conocerse a éste como Siglo de Pericles, entendió de forma cabal la misión del maestro como forjador de la personalidad y la conciencia de los pueblos. En cierta ocasión, mandó reunir a todos los genios y artistas que habían contribuído a engrandecer Atenas. Fueron llegando los arquitectos, los ingenieros, los escultores, los guerreros que defendieron la ciudad, los filósofos que propusieron nuevos sentidos a la vida… Estaban todos allí, desde el matemático que descubría en el número el sentido helénico de la exactitud hasta el astrónomo que se asomaba al universo para contemplar la armonía de las estrellas.

Pericles cayó en la cuenta de una ausencia notable: faltaban los pedagogos, personas muy modestas que se encargaban de llevar a los niños por el camino del aprendizaje.

-¿Dónde están los pedagogos?, preguntó Pericles. No los veo por ninguna parte. Vayan a buscarlos.

Cuando, por fin, llegaron los pedagogos, habló Pericles:

-Aquí se encontraban los que, con su esfuerzo y su pericia, transforman, embellecen y protegen a la ciudad. Pero faltaban ustedes, que tienen la misión más importante y elevada de todas: la de transformar y embellecer el alma de los atenienses.

Hermosa lección, que es preciso recordar después de tantos años, de tantos siglos. En efecto, el maestro trabaja con los 'materiales' más excelsos y delicados que podríamos imaginar: las mentes, los sentimientos, las actitudes, los valores, las expectativas de los niños y de los jóvenes. El banquero maneja números y billetes, el arquitecto trabaja con planos, el albañil con ladrillos, el médico con el cuerpo de las personas. ¿Qué otra profesión hay tan hermosa y arriesgada que ésta?

El 19 de enero de 1824, estando en la cumbre de su gloria, Simón Bolívar, le escribió desde Pativilca (Perú) una carta a su antiguo maestro, Simón Rodríguez. En ella reconoce que fue precisamente ese maestro quien sembró en su corazón los anhelos y el compromiso por la libertad y la justicia, quien espoleó su corazón para lo grande y lo sacó de una vida frívola y sin sentido. Dice en esa carta: «Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto, aunque sentado en una de las playas de Europa. No puede usted figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que nos ha dado: no he podido borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado».

También Albert Camus, que cuando niño vivió en Argelia una vida de trabajos y pobreza y quien gracias al talento y al esfuerzo consiguió el premio Nobel de Literatura, quiso reconocer en otra famosa carta que todo se lo debía a un maestro especial, el señor Germain. Dice la carta: «Esperé que se apagara un poco el ruido que ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero, cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que yo era, sin su esperanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que conceda demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido». En su novela póstuma, titulada El primer hombre, Camus quiso inmortalizar el recuerdo de su maestro y escribió unas bellísimas páginas en las que recuerda la increíble y gozosa aventura que eran las clases del señor Germain. Escribe Camus:

«Después venía la clase. Con el Señor Germain era siempre interesante por la sencilla razón de que él amaba apasionadamente su trabajo… En la clase del Señor Germain, por lo menos, la escuela alimentaba en ellos un hambre más esencial todavía para el niño que para el hombre, que es el hambre de descubrir. En las otras clases les enseñaban sin duda muchas cosas, pero un poco como se ceba a un ganso. Les presentaban un alimento ya preparado rogándoles que tuvieran a bien tragarlo. En las clases del Señor Germain, sentían por primera vez que existían y que eran objeto de la más alta consideración: se los juzgaba dignos de descubrir el mundo».

Alguien podría decir que las cosas han cambiado, que hoy no puede ser como antes. Yo creo que, sustancialmente, la tarea es la misma. Han cambiado las circunstancias, las exigencias se han modificado, los alumnos tienen otra actitud. Afortunadamente. La tarea del maestro sigue siendo la de ayudar a que los niños y las niñas amen el conocimiento, la de enseñarles a pensar por sí mismos y a convivir con todos, la de ofrecerles criterios para que sepan discernir, para que no se dejen engañar, para que sepan respetarse a sí mismos y a todos los demás.La tarea del maestro es hoy, si cabe, más compleja, más ambiciosa. Los retos son mayores. Las necesidades tienen más calado, más rigor. A su vez, el saber pedagógico se ha enriquecido, la psicología del aprendizaje se ha profundizado, la sociología de las organizaciones ha multiplicado sus conocimientos.

El maestro es un profesional que tiene que preparar (con los compañeros de un equipo, dentro de una institución especializada) a los niños y a los jóvenes para vivir en una sociedad más compleja. Tiene que ser capaz de discernir las claves de la cultura y tiene que comprometerse para transformarlas y mejorarlas. No basta intervenir en el proceso de socialización (incorporar al niño a la cultura), es preciso educarlo (es decir integrarlo críticamente a la cultura). Con el término de maestro hago referencia a todos los profesionales de la docencia. Qué error el de quien dice: "yo soy enseñante, no educador". Como si eso fuera posible. Cuando entramos en contacto con los alumnos impartimos simultáneamente muchas lecciones: de sencillez (o de soberbia), de sensibilidad (o de dureza), de respeto (o de brutalidad), de ética (o de inmoralidad)…

Hay que seleccionar a los mejores personas para ejercer esta tarea dificilísima y apasionante tarea de la que pende el futuro de los ciudadanos y de la sociedad. Hace falta formarlos durante un tiempo más amplio y de una forma más exigente. Hay que valorarlos en su justa medida y cuidarlos como la piedra angular de la sociedad.